lunes, 18 de octubre de 2010

Me llaman octubre.

Conmigo reaparecen las prisas, los primeros exámenes y el agobio consecuente de estos. También las ventanillas subidas de los coches, los termómetros a temperaturas más inferiores de lo normal y los cambios de armario. El anhelo porque un fin de semana dure más de dos días, tomar comidas calientes (abundantes caldos y guisos)... Aunque por suerte, al menos para mí, no es solo eso lo que aterriza conmigo, si no también... las mantas, los libros de lectura, las estufas con su habitual calor artificial, las tardes llenas de lluvia en la que ese olor a tierra mojada que tanto añorabas roza tu ventana para embriagarte, y te regala tiempo para pensar en ti misma. El sonido al pisar las hojas secas, el agradecer que cualquier líquido "hirviendo" atraviese tú esófago, las películas desde tu cómodo y cálido sofá, los resfriados (parecen malos, pero lo bueno que tienen es el dejar que te cuiden), el típico afán por merendar una ícara de chocolate, las noches más largas de lo usual, canciones no tan optimistas (ni tan patéticas) como la mayoría de las del verano, si no más tranquilas, que te transportan a un estado de nostalgia que, una vez al año, no hacen daño. Pisar los charcos y llevar los pies calados, las manos congeladas que sostienen una taza de té ardiendo.-es mucho mejor que llevar guantes y LOS ABRAZOS que consiguen templar tu tan frío cuerpo.
Aunque lo mejor del otoño... Lo mejor de mí... eres TÚ.


"Me llaman Octubre, desde que sólo hablo de ti
Me llaman Octubre, yo te convertí en Noviembre, así es mi calendario."

miércoles, 13 de octubre de 2010

RAYUELA


"Justamente un paraguas, Maga, te acordarías quizá de aquel paraguas viejo que sacrificamos en un barranco del Parc Montsouris, un atardecer helado de marzo. Lo tiramos porque lo habías encontrado en la Place de la Concorde, ya un poco roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo para meterlo en las costillas de la gente en el metro y en los autobuses, siempre torpe y distraída y pensando en pájaros pinto o en un dibujito que hacían dos moscas en el techo del coche, y aquella tarde cayó un chaparrón y vos quisiste abrir orgullosa tu paraguas cuando entrábamos en el parque, y en tu mano se armó una catástrofe de relámpagos y nubes negras, jirones de tela destrozada cayendo entre destellos de varillas desencajadas, y nos reíamos como locos mientras nos empapábamos, pensando que un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un parque, no podía entrar en el ciclo innoble del tacho de basura o del cordón de la vereda; entonces yo lo arrollé lo mejor posible, lo llevamos hasta lo alto del parque, cerca del puentecito sobre el ferrocarril, y desde allá lo tiré con todas mis fuerzas al fondo de la barranca de césped mojado mientras vos proferías un grito donde vagamente creí reconocer una imprecación de walkiria." (Rayuela, J. Cortázar)

Esto es lo que descubre una en una tarde de aburrimiento como la de ayer, frikeando y flickreando un poquito... Y sí, estoy convencida. Ese libro me llama. Será mi próxima víctima, cuando me termine El niño con el pijama de Rayas y La Elegancia del Erizo.

martes, 12 de octubre de 2010

Podríamos decir que todo huele

Algunos me aconsejaban que me rindiera o que me callara, yo era el dedo en el culo de todo aquel que me cruzaba. Los días iban pasando y todavía tu no llegabas. Los otros, llenos de mierda, no me miraban ni a la cara. Pero ahora, para ellos no está tan bien, también podríamos decir que es una pena.



Si alguno que escuche esto le sentó mal o le quemaba, que sepa que yo no opino, que solo cuento lo que pasaba. Y si no pueden aguantarlo, que piensen un poco que esto se aclara. Si no te gustóesta letra tenemos guerra declarada.

martes, 5 de octubre de 2010

Incendios de nieve y calor

Vuelve eso de los pies fríos bajo las sabanas y el chocolate caliente entre mis manos.
Chocolate que instantes más tarde bajará por mi esófago
para calentarme el alma en esta gelida tarde de octubre.
No se oyen niños en la calle ni se ven ancianos pasear,
pues hay colegios para los más pequeños y unos cálidos sofás para los mayores.
El teléfono suena, es la llamada pendiente que te congela el aliento por un instante.
Minutos más tarde, el cuadro de París que cuelga encima de tu cama pide a gritos una visita
y te asegura que nevado, aquel paisaje también tiene su encanto.
Ves tu reflejo a duras pensa en el espejo de tu armario, el vaho te impide verte con claridad.
Ésta eres tu y éste, tu cuarto; el que se recrea con contemplar el incendio de nieve constante que hay entre esas cuatro paredes.